"RAFAEL ZABALETA, O EL IRREALISMO EN QUESADA", UN ARTÍCULO DE TRISTÁN LA ROSA.

 Tristán La Rosa i Ball-llovera (Barcelona 1915 - Baltimore 1990) era licenciado en Derecho y en Historia; además de periodista, fue profesor de universidad, traductor, escritor, historiador, abogado, consejero de información de la embajada española en Londres (1963-1965) y presidente de la Junta Democrática en París en los años setenta. Apasionado por la cultura, se inició en el periodismo con la crítica de arte en La Prensa, en el año 1942, y fundó y dirigió la revista Leonardo (1945). Pronto destacó por sus escritos como corresponsal en el extranjero de La Vanguardia y por sus colaboraciones en el semanario Destino. Desde París y Londres acercó lo que sucedía en el mundo a los lectores de un país cerrado al exterior, como era entonces España. Fue el único periodista español que estuvo en Jerusalén durante el proceso contra el nazi Adolf Eichmann (1961) y fue testigo directo del mayo del 68 en Francia. Fue director del Diario de Barcelona (1977) y de Tele/Exprés (1979-1981), y al final de su carrera trabajó en TVE y presidió la Asociación de Naciones Unidas de España.

Rafael Zabaleta conoció a Tristán La Rosa en 1945, en casa de Eugenio d’Ors, e intentó que le editara y publicara sus “Sueños en Quesada”. Posteriormente -según los datos que figuran en la agenda del pintor- coincidió con él en París, donde los días 2 y 9 de mayo de 1949 comieron juntos en el “Café de Flore”.

Portada del catálogo de la exposición de Zabaleta en Galerías Argos (1947)
 

Entre el 25 de enero y el 7 de febrero de 1947, Zabaleta expuso en Galerías Argos (Barcelona). Probablemente con ese motivo, Tristán la Rosa publicó en La Vanguardia Española (19 de febrero de 1947, página 5) un artículo titulado «Rafael Zabaleta, o el irrealismo en Quesada», que más abajo transcribo.

Curiosamente, en dicho artículo La Rosa recuerda la primera noticia que tuvo de Quesada «hace nueve años». Se refiere al momento en que «en un camión militar atravesaba yo la provincia de Jaén». Probablemente lo que el crítico recordara es que la madrugada del 29 de marzo de 1939 un convoy de camiones militares cargados de evacuados (entre los que él pudiera haber estado) atravesó Quesada camino del exilio. Pero no podemos asegurar que fuese así. Para mayor documentación al respecto, véase el libro de Vicente Ortiz «La guerra civil en Quesada» (páginas 277 - 279 y dibujo de contraportada).

 

Rafael Zabaleta es de Quesada, y Quesada es un pueblo que está en la provincia de Jaén, en el partido judicial de Cazorla, entre la sierra de este nombre y la del Pozo. Hace nueve años, cierta madrugada que en un camión militar atravesaba yo la provincia de Jaén, alguien me dijo no sé qué de Quesada; pero, apenas oído, el nombre se escabulló por un recodo de la memoria, y a grandes zancadas se adentró en la noche del olvido. Luego -hace de esto dos inviernos- volví a dar con él. Fue en casa de d'Ors, una tarde que don Eugenio hablaba de Zabaleta. Pero, vamos a ver, ¿quién es Rafael Zabaleta?

Pues, como se lee en Mis Salones, Zabaleta es una de las criaturas del Salón de los Once. Esto quiere decir que la fama del pintor dio sus primeros pasos en la Academia Breve, creció bajo el cuidado de Luis Felipe Vivanco y se hizo mayor atendido por los desvelos de Eugenio d'Ors. Hoy, al cabo de los años, la Academia, el arquitecto y el pensador pueden estar orgullosos de Rafael Zabaleta.

Porque, si hablando firmemente, tendremos que confesar que Zabaleta es un buen pintor y puede ser un óptimo artista. Por de pronto, su obra se halla incrustada en el último alvéolo de nuestra azarosa circunstancia. Y .esto, en un pintor de Quesada, en un artista que sueña, goza y sufre en un pueblecito de Andalucía, es asombroso. Porque en las telas de Zabaleta se oyen esos latidos con los que la actualidad marca el compás de la vida. Y ese ritmo no ha sido cazado en París, sino, como digo, en Quesada. Que el corazón de la pintura unos lo buscan en París y otros, probablemente los más avispados, lo encuentran en Arlés, en Aix, en Pont-Aven, en Taití o en Quesada.

El sentido de esta pintura carga su acento, ora a lo postimpresionista, ora a lo fauve. Digo esto con toda clase de reservas, porque Zabaleta no es una cosa ni otra; pero, eso sí, en ambas tiene su origen.

Ante todo, la pintura de Zabaleta debe considerarse como otra antítesis del impresionismo. ¿Por qué? Pues porque va contra el aspecto superficial de las cosas, porque manifiesta una honda preocupación constructiva, porque el color adquiere una tremenda personalización y porque la luz pasa a ser una propiedad de la masa cromática.

Contra la superficialidad, es decir, ante el deliquio de las formas, Zabaleta opone unos contornos tan firmes como rotundos. El arabesco impresionista se ha esfumado aquí tras las aristas de un modelado que a veces tiende a la significación geométrica. En los momentos más felices de esta pintura, el contorno de las cosas es engendrado por una línea cromática. Que en muchas de estas telas la disposición del dibujo es una consecuencia del color, y no, como podría suponerse, a la inversa.

He dicho que el color adquiere aquí una tremenda personalización. En efecto: la pintura de Zabaleta no hace más que describir órbitas en torno a un foco- cromático. Zabaleta, como Van Gogh en ciertos momentos, con el color quiere expresar la forma, la materia, la luz y la atmósfera; todo ello resumido, sintetizado. Generalmente, Ios colores son puros; los acordes, subidos, y los rompimientos con el blanco, tardíos. Acabo de nombrar a Van Gogh y, al acordarme de un paisaje en amarillos y verdes donde el pincel se agita con leves ritmos, tendría que repetir, con toda discreción, la cita.

Respecto a la luz, Zabaleta suele mantenerse fiel a la transmutación de valores realizada, primero, por el Greco y, después, cuatro siglos más tarde, por los tres gigantes del neoimpresionismo. Quiero decir que en algunas telas  -en las que ha suprimido la atmósfera-, la luz deja de hendir el aire. Los focos externos quedan suprimidos, y cada color brilla con luz propia. En vez de ser imitada, la luz es representada por sus efectos. Por eso cada cosa fulge con un destello particular.

Los árboles y los campos, los montes y las flores, todo, en suma, no es más que la cifra de una idea, de un esquema intelectual que Zabaleta antepone al mundo de la realidad. En una palabra: para él, como para tantos otros pintores, la belleza no está en la Naturaleza, sino en la Idea. Por esto su pintura no es una aprehensión, sino una proyección. Es, por decirlo así, una pura dádiva.

Al llegar aquí, el lector creerá que la pintura de Zabaleta es de un irrealismo absoluto, y eso no es completamente cierto. El irrealismo es aquí una de tantas perspectivas; pero, en ningún caso, un único punto de vista. Zabaleta ha pintado de diferentes maneras -algunas, incluso, situándose a dos dedos de la realidad-; y yo he escogido, entre muchas, la perspectiva que me ha parecido más interesante. Porque, díganme ustedes, ¿no es interesante el hecho de que mientras en las grandes ciudades aún se pintan fastuosas academias, el irrealismo haya llamado a las puertas de un pueblecito andaluz? Yo creo que el hecho es digno de tenerse en cuenta; y tanto es así que por esto, como cualquier futuro biógrafo del artista, he empezado diciendo: Rafael Zabaleta es de Quesada, y Quesada es un pueblo que está en la provincia de Jaén...

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