UN ARTÍCULO DE JUAN PERUCHO SOBRE RAFAEL ZABALETA

Durante los años 1961 y 1962 se celebró una exposición itinerante (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Figueras) de Rafael Zabaleta organizada por la Dirección General de Bellas Artes.

En Barcelona, esa muestra antológica del pintor se exhibió en los salones del Palacio de la Virreina (La Rambla, 99).

Con ese motivo, la revista Destino publicó en su número 1281 (Barcelona, 24 de febrero de 1962, página 38) el emotivo artículo de Juan Perucho[i] que transcribo a continuación con la intención de que no se pierda en el olvido. Junto a sus propias consideraciones y algunos datos biográficos de Zabaleta, el autor recoge las opiniones de algunos otros críticos sobre el pintor.

 

Cabecera del artículo en la revista Destino

B A J O el sol violento de Andalucía, a veces surge un pueblo blanco, encalado, rutilante. Hay unos campos de olivares entorno y algo como un espíritu extraño flotando, hecho de delicadeza y ferocidad. En uno de estos pueblos nació Rafael Zabaleta. Su casa era, dice Enrique Lafuente Ferrari, una casa de «acomodados olivareros, con ese ornato de papeles pintados en las paredes, contraventanas de madera, veladores redondos y muebles de torneados balaustres, camas de hierro dorado a fuego, cortinas de ingenuos colores, lavabos de jofaina de Ioza y jarro de lo mismo, puertas con papeles sobre los cristales, como vidrios de colores, y solería de baldosas blancas y negras, en ajedrezado. Había también imágenes de la Virgen, Vírgenes de candelero y de rostrillo, con su corona bien puesta, tiesecito el Niño y su gran medialuna a los pies. Había también floreros, muchos floreros, algunos con flores de papel; algunos, en la estación propicia, con dalias o rosas, o  girasoles, luciendo su simétrica disposición sobre uno de esos románticos -o isabelinos- vasos que se fingen sostenidos por una mano de cristal de colores blancolechosos o azules, como una visión ectoplásmica».

Enrique Lafuente Ferrari no estuvo jamás en la casa de Rafael Zabaleta. Sin embargo, esta es o debió ser verdaderamente la casa del pintor, esta que con tanta intuición y poesía nos ha sido descrita. En realidad, Rafael Zabaleta ha pintado esta casa mil veces en sus cuadros con amorosa dedicación. Más tarde descubrió los campos, los labradores, las mozas acostadas sobre el suelo, los gatos, las perdices, el encanto de los cartelones de feria, los pasteles de boda, un mundo sencillo y humilde. Zabaleta hizo suyo este mundo y lo pintó también mil veces amorosamente. Lo pintó apretado, duro, consistente, con una fuerza que gravitaba sobre la tierra. Lo hizo redondo, geométrico,  dolorosamente tenso. Eugenio d'Ors, que fue un gran amigo de Zabaleta, decía que la tierra en los lienzos de este sufre de tal modo que parece que «la cuitada va a gemir».

Rafael Zabaleta fue un gran solitario, un hombre dedicado a la contemplación y al silencio. Fue también un hombre apasionado por el orden, por la medida y el entendimiento. Su pintura es indudablemente una de las últimas que se apoyan en estos tres factores, y lo hace con una  auténtica grandeza. En la presente exposición antológica que, organizada por la Dirección General de Bellas Artes tiene lugar en los salones del Palacio de la Virreina, se ve claramente ese pálpito que tiene la obra lograda , madura. Sin embargo, Zabaleta se sentía ya como un epígono. Su obra no abría caminos, los cerraba. Esta fue, sin duda, la gran tragedia de su vida, de los últimos años de su vida, pues no comprendía que se podía ser igualmente grande hallándose al final del camino, de su camino. Lafuente Ferrari cuenta que al regresar Zabaleta de su último viaje a París, lo halló triste y descorazonado. Había visto casi todas las salas de exposiciones en manos de los abstractos, de los tachistas, de los informalistas. «Si esto es lo que va a dominar -dijo- ¿para qué pintar ya? No hay nada que hacer. Yo me creía moderno hace unos años y me combatían por serlo, y ahora aquí los jóvenes de hoy se burlan de los que pintamos hombres y cosas…»

El poeta y crítico Cesáreo Rodríguez Aguilera, uno de los amigos íntimos de Zabaleta, en su magnífico estudio sobre el pintor, «El hombre. El pueblo. La obra», transcribe una carta que le escribió pero que no llegó a tiempo para consolarle, pues fue escrita el mismo día de su muerte. Esta carta revela la amargura en que debía hallarse sumido Zabaleta, y en ella Rodríguez Aguilera le decía: «Tu posición no debe inquietarte. Tú has adoptado la más en consonancia  con tu modo de ser, con tu experiencia y con el mundo que te rodea. No creo que deba hacerse otra cosa. Nuestra época, como se ha dicho y es cierto, es época de atesoramiento, de acumulación, no de inventario o de selección. Por eso yo creo que resulta errónea la idea de que todos los esfuerzos del arte de nuestro tiempo tiendan hacia una meta única, de una obra cumbre o perfecta. El arte de nuestro tiempo no busca ni la belleza ni la perfección. El arte de nuestro tiempo busca esencialmente la expresión, no ya de Io comunicable,  sino de lo incomunicable. Se trata de ser testigo, pero no, naturalmente, de las apariencias, sino de las esencias más profundas y misteriosas. En este sentido los hallazgos han sido parciales y diversos. Solo su conjunto constituirá la sinfonía total. En ella tu obra ocupa ya, y creo ocupará muchos años, una posición relevante».

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Rafael Zabaleta nació en Quesada el 6 de noviembre de 1907. Sus padres fueron propietarios rurales acomodados. A los diecisiete años ingresa en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y ocho años más larde toma parte en una exposición de alumnos de la Escuela, siéndole reproducida por «Blanco y Negro», a media página, una de sus obras, con un elogio de Manuel Abril. En 1935 hace su primer viaje a París. Durante la guerra civil española reside en Quesada, Jaén, Valencia, Guadix y Baza. En 1942 realiza su primera exposición madrileña en las Galerías Biosca. Conoce a Eugenio d'Ors. Su obra adquiere estimación entre los círculos intelectuales. Expone principalmente en Madrid y en Barcelona. Realiza durante el año 1950 su segundo viaje a París. En 1955 obtiene el premio de la U.N.E.S.C.O., cuyo organismo adquiere la obra premiada y realiza una reproducción de la misma. En I956 viaja por Italia y es invitado  por la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, de Santander. En noviembre de 1959 efectúa el tercer y último viaje a París. Participa en la Bienal de Venecia con dieciséis óleos y diez dibujos. En febrero de 1960 sufre un ataque al corazón, encontrándose en Almería. Se traslada a Quesada. El día 24 de junio del mismo año fallece a consecuencia de una hemorragia cerebral.

A ratos perdidos, Rafael Zabaleta fue poeta. En uno de sus poemas, reproducido en el lujoso catálogo de esta exposición retrospectiva, Zabaleta escribió estos versos desolados:

 

Luego vendrán los años y la muerte

Dios sabe a qué distancia separados

se pudrirán nuestros ojos,

lo que no suceda se pudrirá igualmente,

y a pesar del esfuerzo por prolongar la vida

eternamente, todo se hundirá.

 

Sin embargo, no se ha hundido todavía la obra de Rafael Zabaleta. Ahí está en pie, dura y brillante.  De ella han escrito, con elogio y dolor, todos los críticos españoles.



[i] Juan Perucho Gutiérrez (Barcelona, 1920-2003) fue poeta, novelista, articulista y crítico de arte. Alternó su actividad profesional de juez con su labor de escritor. Premio Nacional de Literatura de la Generalitat de Cataluña (1995) y Premio Nacional de las Letras Españolas (2002).

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