Durante
los años 1961 y 1962 se celebró una exposición itinerante (Madrid, Barcelona,
Valencia, Sevilla y Figueras) de Rafael Zabaleta organizada por la Dirección
General de Bellas Artes.
En
Barcelona, esa muestra antológica del pintor se exhibió en los salones del
Palacio de la Virreina (La Rambla, 99).
Con ese motivo, la revista Destino publicó en su número 1281 (Barcelona, 24 de febrero de 1962, página 37) un emotivo artículo de Guillermo Díaz Plaja[1] («Zabaleta, aquí») que transcribo a continuación con la intención de que no se pierda en el olvido.
Zabaleta, aquí
ME acuerdo mucho de los ojos azul claro
de Rafael Zabaleta; de su tenue voz. Tenía una timidez de campesino, es decir,
de solitario. La sierra de Jaén no admite diálogos.
Pasmaba un poco confrontar su persona
física con su obra, infantil, y a la vez, enérgica. Como en las pinturas de los
niños, en las que el trazo fuerte se alía también a la mancha pictórica
escandalosa. Y todo ello con fidelidad a unos modos de combinar el color al
estilo de tapiz alpujarreño o de loza talaverana. No me gustan, en general, los
«primitivismos»; y, mucho menos, las «ingenuidades». Creo que, en nuestro mundo,
lo difícil, lo artificioso es lo «natural», lo «primario», porque todos llevamos
ya al nacer mucha civilización disuelta en la sangre.
Pero, en el caso de Rafael Zabaleta,
todo esto se hacía olvidar, porque traía un aire ingenuo y serrano al que no se
le podía negar autenticidad. Mucho más cuando -como la exposición acredita-
había llegado a ella después de tirar por la borda mucha pintura testimoniadora
de un saber y de una cultura plástica rica de huellas de ayer y de hoy, para
recogerse a una simplificación cromática, a un expresivismo campesino, al que
llegaba una suerte de abnegada resolución simplificadora, que llegaba, en sus últimas
etapas, a un predominio de lo caricatural, a una especie de recortado
hieratismo que aproxima sus figuras a fantoches de palo. Fue así: quiso ser
así.
Otra cosa quiero tenerle en cuenta, en
ocasión de su exposición de la Virreina. El afecto que tenía a nuestra tierra,
cuya afinidad estética con el mundo bético es mucho más honda de lo que una observación
superficial puede captar. Influía, sin duda, el hecho de que fuese un mediterráneo
tan contumaz como Eugenio d'Ors quien hiciera de Zabaleta una de sus banderas.
Pero, también, sin duda alguna, aquellas
razones del corazón que la razón no conoce.
El artículo de Díaz Plaja en Destino
[1] Guillermo Díaz Plaja
(Manresa, 1909 – Barcelona, 1984) fue
ensayista, poeta, crítico literario e historiador de la literatura española.
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