"LO REAL EN ZABALETA", ARTÍCULO DE GABRIEL CELAYA EN EL CATÁLOGO DEL HOMENAJE A ZABALETA DE SUS AMIGOS ARTISTAS DE MADRID (1961).

 

En junio y julio de 1961, cuando se cumplía el primer aniversario de la muerte de Rafael Zabaleta, la Sociedad Española de Amigos del Arte organizó, a través del comité español de la Asociación Internacional de Artes Plásticas, la “Exposición Homenaje a Zabaleta de sus amigos artistas de Madrid”.

Cartel de la exposición

En ella participaron numerosísimos pintores, además de intelectuales, poetas y personas de gran relevancia social del momento.

Recientemente publiqué en este blog una página en la que incluía el artículo de Aurelio Biosca que figura en el catálogo de aquella exposición (“In memoriam”).

Otro de los colaboradores que escribieron en ese catálogo fue el gran poeta Gabriel Celaya[1]. Transcribo a continuación su texto con la misma intención: que no se pierda y que no caiga en el olvido:

 

LO REAL EN ZABALETA

Por Gabriel Celaya

A veces, sin necesidad de recurrir a la mescalina o a otras drogas que, según dicen, producen estos efectos, uno se siente ante un Zabaleta como en el primer día del mundo. Es algo mágico y a la vez, algo muy sencillo. Todo sigue siendo lo que era, sin metáforas y sin transportes, sin esas mentiras que ay!- suelen llamarse poéticas, y sin esas proyecciones ideológicas que -¡ay del ay!- suelen ser aún peor que literarias.

Ocurre simplemente que de pronto las cosas son como son, no como las sabemos o como las vemos con ojos distraídos, sino de un modo estupefaciente, y casi alarmante, archi-reales. Entonces, y por eso evocaba antes los efectos de la mescalina, cualquier objeto se convierte en una joya: Es como si tuviera una luz de dentro, y como si de puro nítido se volviera increíble, y adquiriera un relieve alucinante. Todo parece recién desenterrado y cargado de esa violencia de origen contenida en lo concreto, que da a este una evidencia más que mental. Podría decirse que uno ve demasiado, ve algo ofensivo, ve algo realmente paradisíaco, y que, sin embargo, paradójicamente, uno quisiera no ver. Porque el mundo es realmente así, tal como nos lo muestra, por ejemplo, Zabaleta, y, sin embargo, esa visión, agresiva por limpia, rara como la inocencia, resulta difícil. Difícil y a la vez elemental. Tanto que da miedo.

¿Cómo vería o qué vería Lázaro del mundo cuando volvió de la muerte? He pensado largamente en esto mientras escribía un poema sobre tal tema, y en último extremo, creo que puedo dar una respuesta muy sencilla: Vería como vio Zabaleta, lo inmediato en su belleza de origen. Vería, como él vio, la realidad sin adornos, desnuda en su elemento, simple y a la vez secreta, reverberante y siempre con el dedo en los labios como invitándonos a más callar, para pensar un poco, y ver más. Porque ver es más que pensar.

Nunca se dirá bastante hasta qué punto la realidad es mágica. Nunca se proclamará bastante que los cuadros de Zabaleta no son un embellecimiento o un recubrimiento más o menos feliz de la realidad, sino un descubrimiento de algo que estaba ahí, y él sacó de la manga, salvándolo y enseñándonos a ver. Porque nada hay tan bello como lo real. Y porque no hay nada tan real como lo bello.

No es una casualidad, naturalmente, que a la hora de la verdad, esa tremenda verdad o pregunta hambrienta que son el lienzo en cero o la cuartilla en blanco, Zabaleta tocara los temas inmemoriables y todavía inconmovidos de la España campesina. Él mismo, en una interviú recogida por Cesáreo Rodríguez Aguilera, refería: «Picasso me lo decía en París, no hace mucho, después de ver mi pintura y abrazarme: Vuelva usted a Quesada, váyase al pueblo, aquí todos estamos un poco locos». El pueblo, en efecto, es lo que salva su pintura, y esto totalmente al margen de la anécdota de sus cuadros o de lo que en ellos pudiera verse de «Social». Porque si algo apunta en este sentido, con el ojo más que con la intención, lo que realmente cuenta de nuestro estupendo pintor es cómo supo ver y poner, y enseñar a ver, y mover a descubrir lo real, lo verdaderamente real, que tantas costras y pátinas encubren. Por eso, cuando miro un Zabaleta, y no solo veo lo que muestra, sino, como refrescado, me siento invitado a ver de verdad cuanto es, revivo aquella maravilla y aquella emoción con que Goethe, viendo un asno, dijo un día: «¡Qué verdadero! ¡Qué existente!».

Fotografía de Zabaleta en el catálogo

+++++

En mi opinión, este artículo de Gabriel Celaya expresa con gran belleza el carácter “realista” de la pintura de Zabaleta y señala con acierto que sus cuadros «no son un embellecimiento o un recubrimiento más o menos feliz de la realidad, sino un descubrimiento de algo que estaba ahí, y él sacó de la manga, salvándolo y enseñándonos a ver» (las negritas son mías). Indudablemente, la obra de Zabaleta está muy alejada de ese folklorismo almibarado que predominaba, especialmente desde el romanticismo, entre quienes trataban en cualquier arte el tema de España o del costumbrismo andaluz.

Pero sorprende ver cómo el poeta insiste en eludir o negar el carácter intencionadamente «social» de su pintura (aunque reconoce que «algo apunta en ese sentido», pero aclarando que « con el ojo más que con la intención») y recalca que en la obra de Zabaleta «todo sigue siendo lo que era, sin metáforas y sin transportes, sin esas mentiras que ay!- suelen llamarse poéticas, y sin esas proyecciones ideológicas que -¡ay del ay!- suelen ser aún peor que literarias». Y es que tras la muerte del pintor, ese “carácter social” de la obra correspondiente a la última década de su vida será objeto de comentario y debate -prácticamente hasta la actualidad- en el mundillo artístico e intelectual, lo que se refleja en numerosos artículos de prensa[2].

No debemos olvidar al respecto que el propio pintor escribió: «El ingrediente poético es preciso en toda obra de arte, y más en pintura, pero el ideal es que dicho ingrediente esté dosificado en su justa medida, de tal manera que ocupe su sitio, y no otros que los justos, es decir, que esté presente pero “que no se vea”[3]». Ese “que no se vea” es, en mi opinión, muy importante a la hora de analizar las obras del pintor y algunas de sus declaraciones, y no se refiere exclusivamente al “ingrediente poético”, sino también al sentido profundo y al mensaje «social» que ocultan a gritos muchos de sus óleos, seguramente por la cautela con la que debía actuar el artista en aquellos momentos.

El propio Celaya señala en su artículo que Zabaleta vio la realidad «simple y a la vez secreta, reverberante y siempre con el dedo en los labios como invitándonos a más callar, para pensar un poco, y ver más. Porque ver es más que pensar». (Las negritas son mías).

Considero, en conclusión, que es necesario mirar la obra de Zabaleta, especialmente la de tema campesino, sin dejarnos llevar por la simplicidad de los propios títulos de sus óleos (que el propio pintor “bautizaba” con mucha prudencia, dadas la circunstancias políticas del momento) ni por la imagen deformada y estereotipada que se nos ha venido transmitiendo de él. Fue Zabaleta un hombre que adquirió, especialmente desde principios de los 50, un progresivo compromiso social y político, y ello es evidente en su vida y en su obra[4]. Como tituló uno de sus libros su buen amigo Medardo Fraile, «a la luz cambian las cosas».


[1] Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta (Gabriel Celaya), Hernani, 1911 Madrid, 1991.

[2] Entre quienes señalaron en los años 50 y 60 el “carácter social” de la obra de Zabaleta podría citar a Gerardo Diego, a José Hierro o a Francisco Umbral, y entre los detractores de dicho carácter en la obra del pintor, a Pablo Corbalán o a Cecilio Barberán (director artístico en la Jefatura Nacional de la Obra Sindical de Artesanía en la dictadura franquista).

[3] Notas manuscritas de Rafael Zabaleta, inéditas y sin fechar, que se conservan en el Museo Zabaleta de Quesada (Jaén).

[4] Véase mi libro Rafael Zabaleta, un hombre comprometido con su tiempo. Jaén, Diputación Provincial, 2021.

No hay comentarios:

Publicar un comentario